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Urna
con osamentas. Exposición México 200
años. La patria en construcción. Galería Nacional del Palacio Nacional (20 de septiembre del 2010 al 30 de julio del 2011). Ciudad de México.
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Con
la transformación del gabinete de curiosidades del siglo XVI al museo
contemporáneo del siglo XXI, los santuarios religiosos dejaron de ser los
únicos sitios donde podía rendirse culto a objetos maravillosos, únicos y
asombrosos. En un sentido retórico, el coleccionista primero y el museo
después, revelaron los primeros indicios
de un fenómeno que llamaré “sacralización de las reliquias seculares”.
Pero primero, ¿qué entendemos por reliquia? La palabra proviene del latín reliquia-reliquiae, es decir restos. Por
extensión, en el mundo cristiano se entiende como los restos
de los santos, mártires, beatos, partes del cuerpo como huesos o
algún objeto con el que mantuvo contacto físico. La fascinación por las reliquias
surgió primero con las Cruzadas durante la Edad Media, teniendo una segunda
época de gran importancia después del Concilio de Trento (1545 – 1563). Desde
el punto de vista de Jean Delumeau su culto se sustenta en el sentimiento de
seguridad que produce la relación directa con un objeto al que se le reconocen
facultades sobrenaturales. En este
sentido, las reliquias de los santos cumplen
con funciones de protección y como vehículo de intercesión gracias a sus propiedades
taumatúrgicas.
El
museo contemporáneo tiene una pasión por las reliquias y entiende el poder simbólico
que ostentan. Bien pueden ser fragmentos de los huesos de un mártir cristiano o
los restos mortales de un mártir secular caído en la defensa de la patria. ¡Cuántos
intentos no hay en el lenguaje contemporáneo de sacralizar los artefactos
seculares: los héroes nacionales son “mártires”, sus huesos son “reliquias” y
sus tumbas “altares a la patria”! Los
paralelismos entre ambos ilustran la idea del museo contemporáneo como un
santuario, entendido éste como el sitio o emplazamiento que en principio es
considerado sagrado por una comunidad específica y que está destinado al culto
y peregrinaje.
Presentadas
con luces dramáticas, en vitrinas y nichos bellamente ornamentados -que más
asemejan a un santuario que a una galería de historia- las reliquias seculares son
“sacralizadas”. En este contexto, los huesos de los próceres ostentan facultades
simbólicas escenificadas para su interpretación y asimilación por el nuevo
peregrino: el visitante al museo contemporáneo.
En sus variedades de gabinetes de maravillas o
santuarios a la patria queda finalmente la pregunta si los museos contemporáneos
son realmente instituciones seculares o bien, espacios que tienen por función confiscar
de los objetos de la cristiandad su carácter sacro en tanto sacralizan los
objetos de la historia para su “culto” cívico. Esta aparente ambivalencia
podría ser considerada un síntoma de los tiempos inciertos e incluso ambiguos
que experimenta el museo en cuanto a la diferenciación entre lo sacro y lo
profano, un debate que podría depender del balance final entre las tres fuerzas
que lo dominan: la política, la ciencia y el arte. En tanto, el museo permanece
como un santuario destinado al culto y al peregrinaje, una transferencia o
desplazamiento de significados desde lo sagrado a lo secular, y de lo secular a
lo sagrado.
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