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JOAQUÍN TORRES GARCÍA. América invertida, 1943 |
Ley del hombre. Ley del antropófago
El poeta brasileño Oswald de Andrade ironizó acerca
del colonialismo europeo en el Manifiesto Antropófago, texto programático de
esta vanguardia artística publicado el 1 de mayo de 1928:
Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del
hombre. Ley del antropófago.
Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni
colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano,
fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi de Brasil.
Contra las sublimaciones antagónicas. Traídas
en las carabelas.
Teníamos la justicia, la codificación de la
venganza. La ciencia codificación de la Magia. Antropofagia. La transformación
permanente del Tabú en tótem.[1]
Con estas frases, cuestionó la visión eurocéntrica
y occidental del mundo. El antropófago consume, digiere y asimila las
importaciones a su mejor parecer, destruyendo lo que considera inútil: en este
proceso se crea y recrea a sí mismo: una metáfora de la construcción de la
identidad brasileña.
La Antropofagia fue una vanguardia artística
que, desde la confrontación, posicionó al mestizaje y lo subalterno como fuente
de validez creativa. De ahí su fortaleza pero también su debilidad: el
mestizaje “aplanó” las diferencias y la supuesta subalternidad sofisticó las
estrategias del dominio volviéndolas en su contra. Una ironía considerando sus
intenciones originales, pero a la vez un vaticinio del mundo globalizado que, a
su vez, consume, asimila y destruye.
Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano,
fronterizo y continental
La supuesta “internacionalización” de los
lenguajes plásticos del arte latinoamericano frente a la globalización no es
más que un espejismo ya que tan sólo ocurre en las esferas de circulación y
recepción, no de producción. En este aparente multiculturalismo se perpetúan e
incluso consolidan las mismas estructuras del poder, siguiendo el mismo trazado
de la economía desde el centro hacia las periferias.
En las últimas tres décadas el mundo se ha
vuelto global, hegemónico pero a la vez fragmentado. Los artistas
latinoamericanos se enfrentan constantemente a la necesidad de equilibrar la
identidad propia con las nuevas tendencias globales. De ahí que el lenguaje haya
tendido hacia un “internacionalismo” caracterizado por expresiones minimalistas
y arte conceptual. Una especie de “esperanto” que pertenece a todos, pero a
nadie en particular. De esta manera, América Latina ha participado de la esfera
artística global intentando a cada paso no renunciar a la narración, la
metáfora y el simbolismo en un esfuerzo por expresar identidades propias,
individuales o colectivas.
A manera de resumen, el discurso del arte
latinoamericano ha pasado por tres momentos históricos frente a la globalización:
1. Poscolonialismo,
que comprendió la identidad como diferencia
2. Multiculturalismo,
la identidad entendida como alteridad múltiple
3. Interculturalismo,
la identidad hacia el intercambio y la apropiación[2]
La Antropofagia brasileña tuvo lugar en el
primer momento al hacer uso del idioma ajeno pero con un discurso propio. No se enmarcó en el escenario de la
globalización, pero tempranamente mostró que los elementos culturales
hegemónicos no sólo se imponen, sino que también se asumen como parte de la
identidad, revirtiendo así el esquema de poder. Como movimiento, se insertó en
el periodo de modernización económica, batallas políticas y polifonía de voces
en Latinoamérica, un periodo que comprende desde la revolución mexicana de 1910
hasta la revolución cubana de 1959.[3]
Desde las
vanguardias de este periodo poscolonial hasta los años sesenta, el incremento
de las comunicaciones y el aumento en la diáspora elevó las expectativas del
arte latinoamericano hacia una “internacionalización” del arte y una renovación
artística de formas y contenidos. Nuevos museos de arte
moderno y bienales como la de Sao Paulo hicieron su aparición, sin embargo, los artistas latinoamericanos
fueron incapaces de desprenderse del todo de la posición subordinada o
colonial, ya que miraban justamente desde esa frontera, asumiendo una postura
confrontadora y reivindicadora de su identidad nacional. Esto, aunado a las políticas proteccionistas,
nacionalistas e incluso dictatoriales de los regímenes de la región, aisló a
estas escenas artísticas hasta casi el inicio de la revolución sandinista en
1979.
De la utopía de los sesenta y el
autoritarismo de los setenta se pasó al desencanto de un futuro que jamás
llegaría en la década siguiente. Tras la diáspora masiva de artistas de sus
regiones de origen hacia las metrópolis del arte –entiéndase Nueva York
principalmente-, y con el regreso de los regímenes cuasi democráticos a Latinoamérica,
la esfera artística tendió hacia un multiculturalismo en los ochenta,
caracterizado por una escasa diversidad en la forma –lenguajes hegemónicos
minimalistas y conceptuales- pero con intentos de diferenciación en el fondo. Un
regreso de artistas a sus países de origen también motivó el retorno a la
mirada propia, a la subalternidad.
Se trató entonces de alcanzar una
“internacionalización” de los lenguajes plásticos, pero con ideas y contenidos
que propusieron narrativas desde la alteridad. Un ejemplo destacado fue el fugaz
Neo Mexicanismo como lo propusiera
Nahum B. Zenil y también Julio Galán –quien actuaba desde Nueva York-. En este
momento, no sólo en México sino en Sudamérica y el Caribe se cuestionó
enérgicamente el anacronismo de una identidad que por muchas décadas reposó en
la del estado-nación y sus símbolos. Liberados de los corsés ideológicos, el
arte debatió incluso su condición de “latinoamericano” optando en muchos casos por
la denominación de arte “desde Latinoamérica”.
Idealmente, la escena de arte contemporáneo “desde
Latinoamérica” se decantaría por un interculturalismo que, en los últimos
veinte años, ha intentado coexistir con el multiculturalismo. La diferencia
consiste en que la visión subalterna, poscolonial y subordinada sería
descartada, dando lugar a una postura de intercambio y apropiación de lenguajes
y discursos entre iguales, mediante redes de comunicación y no desde la
periferia al centro. Una nueva utopía considerando que la economía del arte es
el motor que propulsa personas, obras,
ideas y proyectos de un lado a otro del planeta.
Sólo me interesa lo que no es mío
La
supuesta “internacionalización” del arte latinoamericano en cada uno de estos
tres momentos ocurre a dos niveles. Uno tiene lugar en la esfera de la
producción artística, y el otro en las de circulación y recepción. Por un lado,
está el proceso interno de la superación
de la neurosis de la identidad de los artistas y curadores; y por otro, el
arte latinoamericano comienza a apreciarse en los círculos internacionales en
cuanto arte sin etiquetas de origen.[4]
Lo que conocemos
como globalización no es únicamente una interconexión del planeta a través de
las tecnologías de la comunicación que dinamizan la divulgación de contenidos
de un lado a otro. En el caso de los intercambios artísticos relacionados tanto
al momento histórico multicultural como al
intercultural, permanecen los esquemas de irradiación desde el centro,
desde la metrópoli hacia la periferia. Las conexiones en cualquier otro sentido
son insuficientes y precarias. Si bien
hay mayor dinamismo y pluralidad, la escasez de interacciones a un nivel
“horizontal” proviene de una herencia poscolonial.
La globalización
ha disfrazado hábilmente al lobo con la piel del cordero: la hegemonía del poder en la producción,
circulación y recepción del arte ha sido malentendida como una supuesta “internacionalización”
que en la mayor parte de los casos, impone sus propias reglas sobre el arte latinoamericano
o desde Latinoamérica.
Sin embargo, esto no es un proceso
pasivo. Si bien los centros de poder siempre asignan significados de acuerdo a
sus propios intereses, la periferia asigna a su vez, sus propios significados. Esta creación de sentido del dominado hacia el
dominante, del subalterno al hegemónico, es una
estrategia trasgresora desde posiciones de dependencia.[5] La “antropofagia” como estrategia,
consciente y selectiva, continúa al día de hoy subrayando las tensiones entre
lo hegemónico y lo fragmentario de la esfera del arte dentro de la
globalización. El caníbal es una metáfora que hoy, más que nunca, tiene gran validez
simbólica. Pero finalmente, como el curador cubano Gerardo Mosquera se preguntó
alguna vez: ¿quién se come a quién?
[1] OSWALD DE
ANDRADE. Manifiesto Antropófago. Revista Antropofagia. No.1. Mayo, 1928; en JORGE
SCHWARTZ. Las vanguardias
latinoamericanas. Textos programáticos y críticos. FCE. México: 1999.
[2] ANA
MARÍA GUASCH. Arte y globalización.
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá: 2004, p. 12
[3] NÉSTOR GARCÍA CANCLINI.
“Aesthetic Moments of Latin Americanism,” Radical History Review (New York
University, published by Duke University Press), 89 (Spring 2004), p. 2
[4] GERARDO
MOSQUERA. Contra el arte latinoamericano.
Conferencia en el Centro Cultural de España en Córdova. España: 2009
[5] GERARDO
MOSQUERA. “Good-bye identidad, welcome diferencia: Del arte latinoamericano al
arte desde América Latina” en Arte en
América Latina: Tránsitos globales. Centro Ecuatoriano de Arte
Contemporáneo (CEAC). Ecuador: 2000. P.7
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