"I'll be your
mirror""Yo seré tu espejo"
no significa
"Yo seré tu
reflejo" sino "Yo seré tu ilusión".
-Jean Baudrillard.
El retrato es, ante todo, una representación
de lo humano. Un espejo pictórico o fotográfico que ha sido históricamente primordial en la formación de la identidad del
sujeto como actor social y como individuo. El espejo comparte, junto con la pintura y la fotografía, un
énfasis en el valor de la imagen, semejanza y simulación, todo ello entrelazado
en la noción de observarse a sí mismo.
Posiblemente fue
Narciso el primero en tener problemas al
encontrarse con su propia imagen. Perseo logró
decapitar a Medusa valiéndose de su escudo. La mitología y los cuentos de hadas
nos advierten de la naturaleza peligrosa de los reflejos: son capaces de atraer
la muerte, conducir a la locura, mal aconsejar madrastras y abrir nuevos portales.
"Conócete a ti mismo" aconsejaba Sócrates quien
consideraba que la principal
función del retrato era la representación del
alma. En la Antigua Grecia, el "doble" de Narciso, es decir, su propio reflejo, capturaba su espíritu y por lo tanto, imitaba a la muerte. Tal vez de ahí provenga la antigua costumbre de cubrir
los espejos en los sepelios para
que el alma del difunto no
vea su propio reflejo y entonces, escape
al País de las Maravillas como Alicia la del cuento.
El espejo resulta peligroso por su
capacidad de engaño. En la duplicidad del “otro”, reflejo de sí mismo, las
semejanzas y diferencias se confunden: la mano derecha es la izquierda y la izquierda, la derecha. No obstante, en la Edad
Media también podía ser instrumento de la verdad: la
"especulación" (del latín speculum) era
sinónimo de conocimiento, pasar de la visión a
la contemplación. Fue hasta
el siglo XVIII que Descartes fragmentó la magia del espejo, distinguiendo dos conceptos:
la pictura
o reflejo material como fenómeno de la
luz y la óptica; y el imago o reflejo como imagen sin materia. Siete años de mala suerte siguieron después a esta
afirmación…
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Mujer en el espejo, Siglo XVII |
Hoy en día estamos tan acostumbrados a mirar nuestra propia imagen reflejada
que sólo podemos imaginar el impacto
que causó esta posibilidad en el pasado ¿cómo sería vivir con una cara o un cuerpo que sólo podía conocerse a
través de la mirada de otros o en pequeños
fragmentos? ¿Qué
tipo de emociones causaría mirar el propio rostro representado en un
daguerrotipo, el primer tipo de retrato fotográfico? ¿Cómo se reconocerían las facciones del ser
amado en los trazos del pintor, en la descripción del poeta?
Sin distinción de épocas, el retrato ha sido considerado a
lo largo de la historia como la
representación de la persona ausente, un intercambio simbólico donde el ser del
sujeto pasa al ser de la imagen. En el arte, la práctica del retrato gozó de una condición ambigua al ser considerado por muchos siglos como
un género menor frente a otros géneros pictóricos mayores, definidos así por su
temática histórica, mitológica o
religiosa. Sin embargo, su sola existencia desde
tiempos remotos tiene su origen en la conciencia de un sujeto frente a su propia mortalidad: nos hacemos
retratos porque morimos y no queremos ser olvidados. De ahí que en numerosas ocasiones se
relacione al memento mori
y la representación post mortem.
Todavía hasta el siglo XX, las artes
plásticas definieron el retrato a partir de tres
características indispensables: la semejanza, la
técnica y ciertas regularidades de
composición y de ordenación espacial.
Esta naturaleza de símil o doble como
estrategia de perpetuación de la existencia a
través del retrato ha sido materia de indagación más allá
del arte. Desde la deseada similitud o mimesis en el retrato pre-moderno hasta el desplazamiento de la
semejanza o el parecido en el contemporáneo, la idea del espejo pictórico ha
permanecido casi inalterada sin importar las estrategias de representación.
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FRANCESCA WOODMAN. Autorretrato. Ca.1978 |
A partir de 1900, el retrato pierde
poco a poco su función documental de representar al individuo, excediendo así
los anteriores límites en la representación del género. Hay un desplazamiento
de los valores de similitud y veracidad del retrato moderno como semejanza o
parecido hacia la primacía e incluso sobre valoración de la autoría, por lo
tanto en la actualidad vemos surgir nuevas señas de identidad en la pintura y en la fotografía.
En
nuestra posmodernidad el sujeto es capaz de definirse a sí mismo a partir del
deseo, una idealización que más allá de los límites y convenciones sociales,
problemáticas históricas y de representación artística. Sin embargo, en la
abundancia rostros aún en las redes sociales o en las galerías de los museos
prevalece el ancestral miedo a morir, al olvido.
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