Mi mesa en el Congreso Internacional DEMHIST. Museo Casa del Risco. Foto: Mmuseos |
El pasado 21 de octubre tuve el enorme gusto de
participar en el Congreso Internacional DEMHIST, el comité del ICOM relacionado
a los recintos y casas históricas que fungen como museos, con la ponencia Objetos que hablan por sí mismos. El aura y
la interpretación en las casas museo. Mi participación tuvo lugar gracias a
la amable invitación de la Mesa de Trabajo Mexicana del DEMHIST, a quienes
agradezco sus finas atenciones. El encuentro se llevó a cabo desde el lunes 19
del mismo mes, en el Museo
Casa del Risco, ubicado en San Ángel (Ciudad de México). El evento
se desarrolló con la mejor de las organizaciones, mostrando un alto nivel de
discusión en cada una de las mesas convocadas.
En mi ponencia propuse algunas reflexiones teóricas
acerca de la interpretación de la cultura material en el museo, un tema que anteriormente
ya había discutido desde ángulos diferentes en este mismo blog (por ejemplo, en
la entrada El dominio de los objetos y en Objetos que hablan por sí mismos ). En
esta ocasión, quiero compartir con ustedes algunos párrafos de la segunda parte de mi ponencia en el Congreso
Internacional DEMHIST, la específicamente relacionada a la noción del aura de acuerdo
a Walter Benjamin y cómo podría relacionarse a los problemas de la
interpretación de los objetos culturales en el contexto del museo. Esperemos
pronto se editen las memorias completas del encuentro.
El “aura” de los objetos en el museo
A partir del texto de Walter Benjamin (1936), mucho
se ha comentado acerca de lo valores de la obra de arte ante la posibilidad de
su reproductibilidad técnica. La aparición de máquinas capaces de replicar la
realidad sin aparente intervención humana -como la cámara- y el surgimiento de
nuevas formas artísticas en las que carece de sentido la distinción entre
original y copia -la fotografía y el cine-, hicieron posible cuestionar un
conjunto de valores que, a lo largo de los siglos, fueron atribuidos a la obra
de arte y, de manera ampliada, al objeto cultural.
Las obras tradicionales, herederas de experiencias
mágicas y religiosas, cargadas de subjetividad, “devolvían la mirada” del
espectador. Tenían lo que W. Benjamin denomina como “aura”, el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia
irrepetible en el lugar en que se encuentra. [1] En el caso de las originalmente destinadas
al culto de las religiones y a la perpetuación de las relaciones de poder –que
no tanto en cuanto a aquéllas despreciadas por la cultura hegemónica-, el
copiado múltiple ofrecería la posibilidad de acabar con la mistificación, pero
permitiría también una nueva enajenación multiplicada tecnológicamente y una
tendencia al fetichismo del llamado original. Las técnicas que facilitaron la
repetición de la obra y por lo tanto, el acceso ilimitado a la misma, propiciaron
también la pérdida del “aura”. En cuanto a la praxis del museo, el aquí y ahora del original constituyen en gran
medida el concepto de autenticidad, un valor elemental al momento de categorizar
los objetos culturales una vez que han salvado su fase de descarte y han ingresado a la institución.
En resumen, las técnicas de reproducción modificaron
la relación de la sociedad de consumo con el objeto cultural y alteraron de
manera irreversible los valores hasta entonces considerados intrínsecos al arte
como originalidad, permanencia y autoría. A partir de las observaciones de W.
Benjamin, consideramos que la fotografía y el cine – a los que hoy en día podríamos añadir la
televisión, el internet, y los medios de comunicación digital- han puesto en crisis
la autenticidad de la obra única, fundamentada en sí misma, desvinculándola
para siempre del rito y la tradición. Si
esto es verdad para la obra de arte ¿qué le espera a los objetos cotidianas que,
debido a su “vida cultural” terminan formando parte de un museo? Tal vez los
objetos culturales sean los que más vigorosamente se resisten a ser
desmitificados, en el museo ¿a qué ritos y tradiciones harían referencia?
Las colecciones del museo parecen depender
plenamente in situ del “aquí y el
ahora”, de su necesaria vinculación con otros objetos culturales a su alrededor
y entornos físicos contextuales que la arropan.
Pero ante la posibilidad de su reproductibilidad ¿acaso deberíamos
molestarnos en visitar “el lugar de los hechos” cuando posiblemente podemos acceder
a la colección en un sitio web o hacer un recorrido virtual? ¿Cómo equilibrar
entre la divulgación de la presencia masiva que nos ofrece la reproductibilidad
técnica y la presencia irrepetible de autenticidad en el sitio del museo?
Difícil mediar entre ambos porque en cualquiera de los
dos escenarios siempre nos hace falta
algo. En la reproducción, entre
otras cosas, no es posible apreciar las alteraciones que ha sufrido el objeto en
su estructura física a lo largo del tiempo, las pequeñas peculiaridades que lo
hacen irrepetible, los accidentes que ocasionó la procedencia. Tampoco podemos
comprenderlo en articulación al sistema del cual forma parte o en función de
los espacios arquitectónicos que ocupa. Al respecto y citando nuevamente a W.
Benjamin, en dicha existencia singular y en ninguna otra cosa, se realizó la historia a la que ha estado
sometida la obra en el curso de su perduración.[2]
En el museo,
los objetos culturales del pasado han sido abstraídos de su función y son sólo
relativos al contexto que les imponemos. Nos sentaremos en un sillón del siglo
XVII y estilo Luis XIV o pretenderemos cocinar en una olla de talavera
virreinal; todo lo contrario: los atesoraremos más allá de su función en el
momento de creación. En el polo opuesto a la reproductibilidad otorgamos una
dosis -¿por qué no?- de fetichismo a todo objeto antiguo debido a que lo consideramos
hermoso a partir del simple hecho de haber sobrevivido el paso del tiempo.
A manera de advertencia, un museo que fundamente
exclusivamente la interpretación del pasado en el “aura” de los objetos
culturales, ciertamente confrontará con desconfianza los retos de la obsolescencia,
la tecnología y la reproductibilidad, siempre en búsqueda de mantener el imperativo
de la autenticidad inequívoca como sinónimo de historicidad. Por otra parte, el
museo que adopte los anteriores retos con entusiasmo y creatividad, encontrará
valiosas herramientas de interpretación que le ayudarán a divulgar la
historicidad como una construcción, como un relato, incluso en el in situ que le corresponde.
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