lunes, 20 de septiembre de 2010

MEMORIA DEL TEMBLOR


Esa mañana del 19 de septiembre de 1985 yo no estaba escuchando en la radio el programa “Batas, pijamas y pantuflas”. Tampoco estaba viendo a Lourdes Guerrero en el noticiario “Hoy mismo” por lo que no la escuché decir el ahora legendario: “está temblando un poquito”.  Entonces yo era una niña de 10 años que no tenía la menor idea de dónde estaban los multifamiliares de Tlatelolco o el Hospital General, aunque sí conocía muy bien el Hotel Regis porque unos familiares que se habían mudado a provincia solían hospedarse ahí durante sus visitas a la Ciudad de México.

Como muchos otros días antes de ése, a las 7.19 de la mañana esa niña ya estaba lista con su uniforme azul marino para que su papá la llevara a la escuela. Nosotros vivíamos en la Condesa, mucho antes de que ese barrio se volviera la zona hipster de México. Extrañamente, en el trayecto desde mi calle hasta el colegio en la colonia Florida no notamos nada fuera de lo común o más bien, no quisimos notarlo. Hasta el día de hoy me parece inexplicable, considerando que seguramente transitamos por la calle de Medellín, para luego seguir por la avenida Coyoacán.

En el transcurso de la mañana fueron llegando las noticias. Yo me quedé en el colegio hasta la hora normal de salida y fue hasta entonces que me di cuenta de la dimensión trágica de lo acontecido. Aún así, el mayor susto no fue esa mañana del jueves sino en la tarde del día siguiente cuando volvió a temblar. En mi casa nos quedamos sin luz ni agua. Esa noche dormimos vestidos, todos juntos en la sala, escuchando, ahora sí, el radio de pilas.

Recuerdo noticias impactantes como aquélla de que los cuerpos de los fallecidos serían concentrados en el estadio de beisbol del Seguro Social o el cómo se había caído parte de Televisa Chapultepec.  

La semana siguiente no tuvimos clases, pero sí fuimos a la escuela. Nos organizaron para que preparáramos despensas y botiquines para los damnificados y los rescatistas. En el gimnasio de la escuela tampoco hacíamos ya deportes. En su lugar, se instaló un centro de acopio y una eficiente línea de producción de sándwiches. Ahí me tocaba envolverlos en servilletas de papel que, para mi angustia, inevitablemente se acababan pegando al jamón, cosa que a mí me parecía intolerable. 

En esos días también se sumaron al colegio nuevas compañeras que traían uniformes que no eran azul marino. Pasaba que venían de otras escuelas cuyos edificios habían quedado tan dañados que era inseguro utilizarlos. Eran como “refugiadas” y nos tardamos en dirigirles la palabra.   

En la actualidad ya no me pierdo de las noticias. Día, tarde y noche me gusta mucho estar informada. Por eso, justo ayer leía en los periódicos las notas en relación a la conmemoración de los veinticinco años del temblor. En éstas se recordaba la consabida solidaridad del pueblo mexicano frente a la tragedia, pero también se ponía en relevancia cómo a partir de ese momento la sociedad encontró nuevas formas de organización; nuevas e incipientes maneras de ejercer una ciudadanía. Me gusta pensar que a este espíritu combativo y solidario debemos mucho de la organización de la resistencia civil en el DF durante las elecciones de 1988.

El meollo es que los mexicanos se dieron cuenta de que con o sin las autoridades, eran capaces de tomar decisiones y poner manos a la obra; todo muy a pesar de las circunstancias económicas o gubernamentales que en 1985, como ustedes recordarán, tampoco eran de gran ayuda.

Para favorecer la reflexión sobre aquellos extraños días de septiembre de 1985 el Centro Cultural Universitario Tlatelolco preparó la exposición “El Terremoto. 25 años después” con material fotográfico que fue proporcionado por la comunidad de la zona de Tlatelolco y de los barrios circundantes. Dado el momento en que vivimos, me parece más que obligatorio hacer un recorrido por dicho museo para poder visitar esta muestra, la cual promete y mucho.

A ver si ahora así, en este memorial del 85, reflexionamos sobre nuestra historia reciente y nos acabamos de curar de la cruda intelectual que dejaron los festejos circenses y carnavalescos del bicentenario, a los cuales no les pienso dedicarles ni una línea más en este blog, salvo esta última, claro está.

Espero poder ir muy pronto al museo de Tlatelolco. Por si queda alguna duda, ahora ya sé cómo llegar.   

IMAGEN: Anónimo. Fachada del Hotel Regis. Septiembre, 1985

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