lunes, 2 de septiembre de 2013

¿TODOS ODIAMOS LOS MUSEOS?


A mí me gustan los museos. Realmente disfruto visitarlos. Con gran fortuna encontré mi vocación y desde mi primer empleo trabajé en ellos. Me gustan no sólo porque en un museo podemos acceder como visitantes a experiencias estéticas y de conocimiento que en ninguna otra parte podríamos encontrar, sino también porque como trabajador de museos, gracias a su existencia puedo rescatar, interpretar y transmitir narrativas sobre el arte, la ciencia y la historia mediante recursos que en ningún otro lado podrían ser posibles. 

Sin embargo, también está el otro lado de la moneda. Sufro cuando voy a los museos. Y cuando digo sufro, es que realmente hay sufrimiento. Sufro cuando veo el potencial desperdiciado de una exposición en textos y objetos acumulados sin sentido en paredes y vitrinas. Sufro cuando los museos son demasiado grandes, inacabables, tan prepotentes en sus dimensiones que la dimensión humana les tiene sin cuidado. Sufro cuando los turistas pasean ciegos y apresurados, corriendo como si de un centro comercial se tratara. Sufro cuando los guías cuentan mentiras, cuando sus salas están sucias, descuidadas, cuando sus discursos son aburridos y tediosos, y sobre todo cuando no se para ni una moca. De verdad, se los juro, sufro mucho.  

Por eso, me llamó poderosamente la atención la columna de James Durston, productor ejecutivo de CNN Travel, quien hace cosa de una semana se atrevió a decir: "No finjas más, en el fondo todos odiamos los museos ¿por qué?". Si pueden dedicar unos minutos a esa lectura, por favor, háganlo. Este texto es una rareza digna de ser revisada con la mayor atención posible debido principalmente a que proviene de un no especialista con libre acceso a un medio de difusión internacional y bilingüe que se las da de tener lectores muy críticos. El artículo escrito en un plan desacralizador –tan de moda está ya tirar de los pedestales a los mitos de nuestra modernidad que CNN se permite tener esta línea editorial-, intenta fallidamente contar con la simpatía y complicidad del lector señalando acusatoriamente que si nos gustan los museos,  debemos de estar fingiendo

Aparentemente Durston, después de haber visitado todos los museos a su disposición como corresponsal de CNN –y al parecer han sido muchos-, no ha logrado encontrar siquiera uno que llenara sus expectativas. Su decepción es tal que acabó agarrándoles fobia. Incluso, en su texto llega a calificarse a sí mismo como “museófobo”. Cuando leí su columna por primera vez, pensé: “Caray, qué mala suerte, este pobre hombre realmente ha visitado los peores museos del mundo”. Pero detrás de esto ¿qué hay? ¿De verdad los museos son tan horribles? ¿Son “cementerios de objetos, tumbas para cosas inanimadas” tal como el mismo autor lo expresa? ¿Habrá por ahí un fenómeno de “museofobia” sin explorar? ¡Ojo! A mí me parece que sí lo hay. Por eso, leamos cuidadosamente. 

Extraigo el siguiente comentario de James Durston, donde después de denostar alegremente a los museos por el sólo hecho de ser museos, matiza un poco su opinión de la siguiente manera: “Está claro que las instituciones que están detrás de los museos son valiosas. Son el cordón umbilical que une a la historia de nuestro planeta con el futuro. Sin embargo, dentro de esas criptas, la conexión con la humanidad se queda corta. ¿Dónde está la "musa" en todos esos museos? ¿Dónde está el drama?”.

Pero ojo, que no es por dar del todo la razón a James Durston sobre la “museofobia”. Pero podría coincidir con él respecto a la falta de emoción y de pasión en algunos de nuestros museos. Que quede claro que el autor sólo está hablando de los museos que son aburridos ¿verdad? que no son todos ¿o sí? Estoy segura que ahí afuera hay museos que aún tienen la emoción y la pasión necesarias para comunicar historias, interpretar objetos y entregar experiencias memorables a sus públicos. Entonces, ¿por qué generalizar? ¿No es injusto afirmar que TODOS los museos son mausoleos?

Al respecto, J. Durston nos da un consejo, que me parece no deberíamos desechar del todo: “(…) los museos tienen que dejar de depender del supuesto valor intrínseco de sus colecciones. No "exhiban" cuando deberían de presumir. Denme una historia. Muéstrenla, no la cuenten.” En efecto, la narrativa es la forma más antigua de comunicación. Sin embargo, como curadores, investigadores y museólogos, a veces se nos olvida cómo contar una buena historia. Cuando nos dice que mostremos la historia, el autor nos está pidiendo que la hagamos viva, accesible, contemporánea, en fin, que el visitante pueda ser parte de ella, que se apropie, que la haga suya. Lo mismo diría que es válido para comunicar el arte o la ciencia ¿no les parece?.

En ese sentido y ya para concluir, quisiera rescatar el siguiente párrafo donde el autor continúa casi mendigando un poco de atención de estos museos tan malos: “No puedo afirmar que tengo las soluciones, pero tengo ciertas expectativas cuando viajo al pasado cada vez que visito un museo, quiero sentir que estuve allí cuando esas cosas vivían o se usaban, sentir que los fantasmas del pasado me toman de la mano y me muestran el lugar.”

¿Así o más claro, estimados colegas?


Me parece que desde el punto de vista del visitante, si le falla un museo, le están fallando todos. Es difícil creer que el público vaya a esforzarse en ir al siguiente museo y al siguiente hasta ver cuándo encuentra uno que sí le guste o que sí lo trate bien. La primera impresión es crucial. Si un visitante se aburre en un museo no dirá: me ocurrió en tal o cual parte, sino que posiblemente generalizará diciendo: todos los museos son aburridos, como le pasó al pobre Sr. Durnston. He ahí la tarea pendiente, habrá que ponerse más serios queridos museos (sin ser aburridos, por favor). 

Imagen: Daniel Craig en el interior de la National Gallery (Londres), still de la película 007. Operación Skyfall (2012) 

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