lunes, 24 de marzo de 2014

EL DOMINIO DE LOS OBJETOS

Eric Van den Brullen. Museo del Louvre. Getty Images
Rodeados de objetos, determinados por su uso y consumo, pareciera que como sociedad no podemos escapar fácilmente a su asedio, a su implacable dominio. Creados en un principio para servir a un propósito, actualmente me parece que los papeles se han invertido y el usuario, ahora llamado consumidor, es quien se ve en la posición de "servir" a sus propiedades. Desear, adquirir, poseer, consumir…son acciones destinadas a reforzar un impulso que, al permanecer continuamente insatisfecho, condena los objetos a una caducidad anticipada y a nosotros a un círculo infinito de frustración.

Si la producción y el consumo desmedido, el olvido y la eliminación son parte del destino último de los objetos ¿por qué los museos se esfuerzan en desviarlos de su ruta natural hacia la obsolescencia?

Difícil dar una sola respuesta, pero al respecto, la conservadora Bárbara Applebaum nos hace la siguiente observación: eventualmente el caos consumirá a todos objetos, sin importar su origen o valor. Las instituciones culturales (museos, archivos y bibliotecas) conforman el último eslabón de la cadena, ya que tienen la voluntad de aplazar este inevitable proceso oponiendo resistencia mediante las acciones de conservación. La investigadora no abunda sobre la pertinencia o la importancia de esta irrupción en la caída libre del objeto. Al contrario, muy pragmáticamente, da por hecho que es absolutamente necesaria. De esta manera, Applebaum termina por distinguir cinco etapas en la "vida cultural" de un objeto: creación, uso original, descarte, colección e institucionalización.[1]

Evidentemente esta "vida cultural" del objeto implica una sucesión de cambios: de uso, de dueño, de ubicación, de función, de valor, de significado. Después de la creación hay una acción de transferencia del creador hacia el usuario. Posteriormente, el desuso, el olvido, la negligencia o el cambio de función alteran el estado original y propósito del objeto. Normalmente, éste sería el estadio final, el que lleva a la destrucción o desaparición; sin embargo, todos los objetos necesitan de un coleccionista que los descubra y atesore, extrayéndolos del tiradero donde terminan todos los demás. Estudiar y documentar esta serie de cambios desde el momento de la creación hasta el ingreso a una colección y posteriormente a un museo es lo que conocemos como procedencia.

A manera de un bucle que pretende revertir el paso del tiempo, el conservador se empeña en contrarrestar sus efectos en la materia y rescatar al objeto de su irreversible destrucción. Applebaum también alude a los cambios físicos, por supuesto, a las transformaciones en los materiales; pero en este caso, quiero concluir llamando su atención hacia los cambios de actitud frente al objeto y la asignación de nuevos valores simbólicos en la última etapa, la institucionalización en el museo. Ahí el contexto es primordial, no hay neutralidad en una galería de exhibición. El museo se convierte entonces en un templo secular, un refugio de objetos descartados que persisten como estrategia contra el olvido. Los objetos cobran venganza y ejercen así un último acto de tiranía: nos han obligado a crear un recinto específicamente para cuidar de ellos.  



[1] Bárbara Applebaum. Conservation Treatment Methodology,  p.123

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